jueves, 18 de abril de 2013

Los gusanos y eso de morirse

La Chiquita, mi abuela, odiaba los gusanos.
Siempre me contaban historias de la valentía de mi abuela que tentaba a las víboras allá en Formosa, que salía con machete cuando escuchaba ruidos y otras hazañas. Otras historias eran de la pobreza, de la falta de comida, del no poder ir a la escuela, de lavar la ropa ajena por años. Tenía fobia a los gusanos.
A la Chiquita le decían así quizás por su contextura menudita. Me acuerdo de su casa en Formosa con un árbol de pomelo. Además amaba sus plantas y las flores.
Ella era difícil muchas veces, siempre me retaba porque la visitaba poco. Y siempre se quejaba de todos. Hacía unos mates dulces que eran una delicia: el agua endulzada con azúcar quemada con carbón y algunos yuyos de cedrón.
La Chiquita se hacía grande por cómo luchaba contra las enfermedades que las tuvo muchas, y operaciones ni que hablar. Tomaba tantas pastillas por día que yo le decía que era su cóctel (creo que no lo entendía). Cuando iba al hospital sus amigas decían que se iba de shopping. Le gustaba o ya se había acostumbrado.
A los peores momentos les ponía su mejor cara. Una mañana ya en su última internación desayunó sus galletitas y me dijo: "enfermo que come no se muere". Se lo tomaba con humor. Y no dejaba de decir cuán rica era la comida.
La Chiquita siempre dijo que no le tenía miedo a la muerte, era muy creyente y si dios mandaba eso así tenía que ser, pero que la cremaran porque no quería que se la comieran los gusanos.

Mi querida Chiquita ya estás descansando en paz. Chichina.